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Frank Ostaseski y Joan Halifax |
El
ansia, el primer veneno, es la tendencia a aferrarse rígidamente a alguien,
algo o alguna idea. La codicia genera voracidad interior, la cual nos hace
perseguir siempre una meta inalcanzable: un nuevo empleo, una nueva pareja o
hijo, un coche nuevo o casa, un nuevo cuerpo, una nueva actitud. Sin embargo,
el problema es que, aun si lo obtenemos, descubrimos que no podemos recibir una
satisfacción perdurable de nuestro logro o posesión, porque todo en la vida
está sujeto a la ley de la temporalidad. Las circunstancias cambiarán o nos
acostumbraremos al nuevo papel, cosa o persona en nuestra vida, y entonces será
inevitable que nuestro placer se desvanezca.
El
segundo veneno, la aversión, puede aparecer como enojo, odio, acoso, soledad,
intolerancia o temor. Por lo común nos resistimos, negamos y evitamos
sentimientos, circunstancias y personas desagradables, independientemente de
los que no nos guste o no queramos. La aversión nos atrapa en un círculo
vicioso de búsqueda de conflictos y enemigos en todas partes. Refuerza nuestras
percepciones erróneas de que estamos separados de todo y todos.
La
ignorancia es el tercer veneno. Nos ciega a la forma en que la realidad opera.
Tenemos una percepción equivocada de la verdadera naturaleza de las cosas (las
cuales son interdependientes y temporales). Nos perdemos por ello en un
circuito de distracciones como recurso para desentendernos de nuestro dolor. El
alcohol, las compras, la comida, el juego, el sexo, las redes sociales, los
videojuegos y hasta la meditación pueden servir de hábitos y estrategias para
distraernos, sin que los cuestionemos nunca.
El
antídoto contra esos tres venenos es la conciencia
plena.
En
la tradición budista decimos: “Los obstáculos se vuelven el camino”.
Nuestros pasos en falso son puertas a la belleza innata de nuestro ser interior. Cuando nos permitimos reposar en nuestra apertura natural, llegamos a conocer bien esos venenos y a advertir su impacto perjudicial en nuestra vida. Una vez sin anteojeras, ya no nos dejamos engañar. Vemos con una conciencia clara nuestro condicionamiento e identificación con esos venenos. Y entonces despertamos al hecho de que nuestro sufrimiento estuvo motivado, desde el principio, por la tendencia a ignorar la verdad.
Las cinco invitaciones. Frank Ostaseski.
Nuestros pasos en falso son puertas a la belleza innata de nuestro ser interior. Cuando nos permitimos reposar en nuestra apertura natural, llegamos a conocer bien esos venenos y a advertir su impacto perjudicial en nuestra vida. Una vez sin anteojeras, ya no nos dejamos engañar. Vemos con una conciencia clara nuestro condicionamiento e identificación con esos venenos. Y entonces despertamos al hecho de que nuestro sufrimiento estuvo motivado, desde el principio, por la tendencia a ignorar la verdad.
Las cinco invitaciones. Frank Ostaseski.
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