5 de mayo de 2024

MÁS ALLÁ DEL SATORI. DAIDO SHUGEN.

Acabo de terminar de leer “Más allá del Satori”, de Daido, que me ha atrapado desde el mismo comienzo y que he descubierto hace poco en el Foro de Budismo. Se publicó en el 2014, pero yo he tardado nada menos que diez años en descubrirlo. Hacía mucho tiempo que no leía un libro sobre el zen tan vivencial, sincero y honesto. En su día leí muchos libros de zen, pero en la actualidad tiene que tratarse de un libro muy especial para que me atraiga y lo lea, y así ha sido con este libro. Una verdadera joya.
Algunas frases del libro que más me ha llegado:

“Trabajaba en completa absorción, llevando escombros hasta el lugar destinado para ello, y de pronto, me vi mirando cara a cara a un perro. ¿Qué tenía aquel perro en particular? Nada. Y sin embargo, fue como encontrarme cara a cara con el mismo Dios. El perro y yo nos miramos con ojos transparentes, como si ambos nos conociésemos. El perro y yo, yo y el perro, parecíamos uno. Es todo cuanto puedo decir. Y de pronto al mirar el jardín… ¡No podía dar crédito a tanta belleza! Miraba la hierba mojada, los árboles, las nubes… pero en mi mente no había conceptos de hierba, árboles ni nubes. Era lo que era. 
 
Zendo Betania. Brihuega.
Pasar un koan (el Mu, por ejemplo) no es un logro personal. Nadie pasa el koan. Nadie se ilumina. Nadie sabe cuándo, ni por qué.


Pasados ​​tres días después del sesshin, llegué a pensar que aquella sería mi nueva forma de vida, pero no fue así. La energía bajó considerablemente, y el ego reapareció. Me fui a hacer zazen con la esperanza de que la energía volviera, pero no volvió. 

¿Dónde se fue todo eso? ¿Por qué tras esas experiencias, todo vuelve a la “normalidad”? No soy el primero que se lo pregunta, por supuesto. 

He conocido a varias personas que parecían haber vivido con el amado, sin que éste se hubiera escondido. Una de ellas era un lama tibetano (lama Gendum), otra era un roshi japonés (Roshi Sama), y la tercera era una maestra zen americana (Geshin Roshi). El resto de los maestros con los que he tenido contacto directo, no estaban con el amado. Lo conocían, desde luego, pero el amado se les había ido, como a mí (esa es al menos mi impresión). Eran sin embargo honestos y llevaban una vida volcada a los demás. Eran maestros, no mentirosos que fingen ser lo que no son. 

Bukkoku Ji
No sirve de nada pasar este koan (“cada día es un día bueno”) en un dokusan (entrevista personal con el maestro). La respuesta no es difícil. Pero pasar el koan en el dokusan,
no es resolverlo. Se resuelve en la vida diaria, no una vez sino, una detrás de otra. 
 
Hay algo que tengo muy claro, y es que, para practicar el Zen, la vida de una persona debe estar precedida por una fuerte carga de sufrimiento, pero además, el sufrimiento debe ser reconocido y aceptado.

Lo cierto es que al ego le encanta dar conferencias sobre el Zen, cuando se ve como un ego “realizado”, así que puede hablar durante horas y horas.

El olor del Satori puede durar años y años. Al principio es horroroso para los demás. Un olor que no se aguanta. - Eso apesta a zen, decía Kiun An (Ana María Schlüter) a veces. - Y tenía razón. 

En uno de mis viajes a Japón, pasé algunas semanas en un monasterio Rinzai llamado Shogen Ji. Todos los residentes eran occidentales (excepto el Abad, y una monja china), y los residentes no hacían más que hablar y discutir sobre zen. Constantemente sacaban a relucir sus experiencias, y buscaban la confrontación con cualquiera que llegaba. 

Ahora que ya estoy retirado, paso mucho tiempo en mi cabaña del Pirineo. Lo abandoné todo. Mi pasado no existe. No tengo tampoco futuro. Miro el bosque y los prados frente a mí, y no hay nada más. No tengo maestro, ni tengo discípulos. Y me siento bien. Por eso escribo. 

Hoy sé que no habrá más satori para mí. La experiencia asombrosa que viví en aquel sesshin, no volverá jamás. 

Un maestro ha debido tener la iluminación en algún momento (si no, no sería maestro). Pero también carga con un ego. A estas alturas solo estoy seguro de una cosa: el ego nunca desaparece, así que aprender a vivir con él, sin que cause daño, es más importante que pretender liberarse de él. Si una persona iluminada puede mantener opiniones fanáticas y tener puntos de vista estrechos, debemos ser cautos al ponernos en sus manos (no importa cuántos koans haya pasado, o cuántos títulos posea). 

Era siempre la misma situación: una cosa era estar en sesshin, otra muy distinta estar en la vida cotidiana. ¿Por qué desaparecía esa sensación de bienestar que se produce, cuando se sale del sesshin? Esa sensación es la que se evapora, con el tiempo, una vez que uno deja atrás el sesshin, y es lo que produce una enorme frustración. 

El aquí y ahora, es siempre un aquí y ahora fresco. No importa lo que sea, el camino está aquí delante, no en las hermosas experiencias del pasado. El satori no es algo que se ha tenido. El satori sucede ahora. 

Creo que en Bukkoku Ji llegué realmente a la meta, y por eso, no seguí buscando más. No volví a hacer sesshin, ni volví a Japón nunca más. ¿Pero qué es la meta? La meta es algo tan sencillo, como vivir de cara al bosque, con los sonidos de la naturaleza. No es nada especial, realmente. 

Tangen Harada Roshi
Un día se nos dijo a tres personas que teníamos la posibilidad de asistir a una ceremonia de Jukai privada con Roshi Sama. En la ceremonia de Jukai, el maestro pone nombre al discípulo. Jukai son los diez preceptos. Entramos en la sala de dokusan, y allí estaba el Roshi esperándonos para la ceremonia, con los tres rakutsus, uno para cada uno de nosotros. Cuando miro mi rakutsu, veo en efecto una bella caligrafía en el reverso, de gran nitidez y perfección. En ella aparece mi nombre budista: Dai Do Shu Gen. Viene a significar Gran Camino de la Práctica del Dharma. Junto con las caligrafías, se nos hizo entrega de un sobre cerrado (que llevaba nuestro nombre), el cuál es la transmisión del Dharma. Por tanto, los tres recibimos la transmisión.


Cuando le comenté a Tangen Harada Roshi sobre la posibilidad de formar un grupo de zen, al volver a España, me lo quitó de la cabeza. “Demasiado joven”, me dijo (¡tenía 54 años!). Por tanto la transmisión termina conmigo y no dejaré herederos dharma, pueden estar tranquilos. 

Todos somos navegantes solitarios, a la postre, pero no estamos solos. Todos seguimos el único camino. No estamos nunca solos. El Universo entero está con nosotros”. 



Más allá del Satori, de Miguel Ángel León Abarca (Daido Shugen). Amazonas:
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