22 de enero de 2023

BUDISMO SIN CREENCIAS. STEPHEN BATCHELOR.

Stephen Batchelor (Dundee, Escocia, 1953) es un profesor y escritor budista, referente del movimiento de Budismo Secular.
A lo dieciocho años se instaló en Dharamsala y comenzó a estudiar con el lama Geshé Ngawang Dhargyey. Fue ordenado monje novicio en la tradición Gelug en 1974. Unos meses después asistió a un retiro de meditación vipassana de diez días con el maestro indio SN Goenka. En 1998, viajó al monasterio de Songgwangsa en Corea del Sur para entrenarse en budismo zen con el maestro Kusan Sunim. Tras la muerte del maestro, Batchelor dejó los hábitos en 1985, volvió a Inglaterra y se unió a la comunidad Sharpham Noth, donde vivió quince años y se convirtió en su coordinador. También trabajó como capellán en la prisión de Channings Wood.
 
Ante todo, Buda enseñó un método (la “práctica del dharma”) en vez de otro “-ismo”. El dharma no es algo que hay que creer, sino algo que hay que hacer.

Un budistagnóstico no es un “creyente”. El grado hasta que la práctica del dharma ha sido institucionalizada como una religión puede ser evaluada por el número de elementos consolatorios que han entrado poco a poco: por ejemplo, garantías de una mejor vida después de la muerte si realiza acciones virtuosas o recitas mantras o cantas el nombre de un buda. Un budista agnóstico evade el ateísmo tanto como el teísmo, y está tan poco dispuesto a considerar que el universo está carente de sentido como investido de sentido. Se fundamenta en un apasionado reconocimiento de que no sé. 

El budismo podría describirse como “la cultura del despertar”.

El budismo hoy corre el peligro de ser identificado reductoramente con sus formas de meditación.

Al aceptar la idea de la reencarnación, Buda reflejó la cosmovisión de su tiempo. En común con la tradición india, sostuvo que el propósito de la vida es liberarse del angustioso ciclo de la reencarnación compulsiva. (No deja de ser curioso que a los occidentales la idea de la reencarnación les parezca consoladora). Una dificultad que ha acosado al budismo desde el principio es la cuestión de qué es lo que se reencarna. Sin embargo, una de las ideas budistas centrales es que semejante yo no puede encontrarse por medio del análisis ni percibirse en la meditación. 

Esta sensación de identidad personal, tan profundamente arraigada, es una ficción.

Los nombres exóticos, las túnicas, las insignias distintivas, los títulos –los atavíos de la religión- confunden tanto como ayudan. Cada vez que el budismo se ha convertido en una religión, tanto el modelo de la confraternidad como el de gurú-discípulo han dado lugar a organismos grandes, impersonales, jerárquicos y autoritarios gobernados por élites profesionales. En muchos casos, estas instituciones se han convertido en iglesias establecidas, avaladas y apoyadas por estados soberanos. A menudo, esto ha llevado a un conservadurismo rígido y una intolerancia a la disidencia. Este proceso no es inevitable. 

También es posible imaginar una comunidad en la que la diversidad se celebre en vez de censurarse. En la que la pequeña escala se considera un éxito en vez de un fracaso. En la que el poder sea compartido por todos en vez de recuperar en una minoría de expertos. En la que los hombres y las mujeres sean tratados como iguales genuinos. En la que las preguntas se valoren más que las respuestas.

Experimentar el vacío puede que solo dure un momento hasta que los hábitos de toda la vida se reafirmen y tomen el control. Pero en ese momento somos testigos de nosotros mismos y del mundo, abiertos y vulnerables. Este espacio calmado, libre, abierto y sensible es el mismo núcleo de la práctica del dharma. 

La disciplina meditativa es vital para la práctica del dharma justamente porque nos lleva más allá del ámbito de las ideas hasta el ámbito de la experiencia sentida.

La compasión es el verdadero alma y el corazón del despertar. 

La libertad del despertar es una libertad relativa de las restricciones de la confusión y la emoción egocéntrica, del ansia de una identidad fija, de la obsesión de fraguar una situación perfecta, de la identificación con opiniones preconcebidas y de la angustia que se origina en semejantes apego 

El punto más allá del cual el pensamiento no puede proseguir. Este desconocimiento es la base del agnosticismo profundo. Cuando se suspenden las creencias y las opiniones, la mente no tiene ningún sitio en el que descansar. Somos libres para iniciar un tipo de indagación radicalmente diferente. La indagación que surge del desconocimiento es diferente del escudriñamiento convencional, ya que no está interesada en obtener una respuesta. Esta indagación perpleja es el mismo camino central. Libre de turbulencias y de la obsesión por las respuestas, la indagación se contenta con dejar que las cosas sean como son. 


Las expectativas de metas y recompensas (como la Iluminación) se aceptan como son: tentativas postreras del yo fantasmal de subvertir el proceso a sus propias multas.

Una visión budista agnóstica de una cultura del despertar cuestionará inevitablemente muchos de los roles del budismo religioso consagrado por el tiempo. En vez de instituciones autoritarias y monolíticas, podría imaginar un tapiz descentralizado de comunidades del despertar autónomo y  a pequeña escala. En vez de un movimiento religioso místico regido por líderes autocráticos, vislumbraría una cultura laica profundamente agnóstica basada en amistades y gobernada en colaboración. 





Después del Budismo, por Stephen Batchelor: 

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo. Un texto esclarecedor. Qué dificil sustraerse a la inercia y la costumbre. A ese devenir en el que todas las aguas se estancan y dejan de fluir. Desde la práctica personal al desarrollo de la del propio Dharma.

    Muchas gracias. Un abrazo grande

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