Estar con un moribundo demanda humildad, aceptación y disposición a renunciar al control.
En el proceso de la muerte ocurre un despertar gradual. En forma casi imperceptible, iniciamos un largo y lento proceso de desprendimiento en el que renunciamos a lo que sabemos que ya no podemos asir ni controlar.
Desprenderse en entrar en territorio desconocido.
Al morir no podemos aferrarnos a nuestras preciadas posesiones.
Renunciamos a roles que desempeñábamos en nuestra familia, trabajo y comunidad. En nuestro morir, debemos desprendernos incluso del futuro y de todo y todos los que amamos.
El desprendimiento es la forma en que nos preparamos para morir.
Nos desprendemos de nuestros viejos rencores y nos damos paz. Nos desprendemos de las opiniones fijas y nos proporcionamos no saber. Nos desprendemos de la autosuficiencia y nos permitimos el cuidado de los demás. Nos desprendemos de la aprehensión y nos procuramos gratitud. Nos desprendemos del control y nos concedemos rendición.
Rendirse no es lo mismo que desprenderse. La rendición es expansión.
Nos rendimos cuando dejamos de pelear. Dejamos de pelear con nosotros mismos. Dejamos de pelear con la vida. Dejamos de pelear con la muerte.
Rendirse es un estado en el que toda resistencia cesa. Ya no erigimos defensa alguna.
No estoy convencido de que rendirse sea una decisión. Parece algo involuntario.
La rendición es infinitamente más profunda que el desprendimiento. Éste es aún una estrategia de la mente ocupada con el pasado; una actividad de la personalidad, cuyo principal interés es perpetuarse. En el desprendimiento sigo siendo yo que tomo una decisión. El ego no puede darse cuenta por vencido.
La rendición es el no hacer, fácil y sin esfuerzo, de nuestra naturaleza esencial sin interferencia. Simplemente estamos conscientes.
La rendición es el final de dos y la apertura al uno.
Las cinco invitaciones. Frank Ostaseski.
Amor y Muerte: Una tarde con Frank Ostaseski: