El perdón nos libra de la calcificación que se acumula en nuestro corazón.
Compartir nuestra historia nos ayuda a sanar. Escuchar sin juzgar es quizás la forma más sencilla y profunda de vincularnos; es un acto de amor.
Para ser libres tenemos que perdonar.
Resistirse al perdón es como tomar carbón ardiente y decir: “No lo soltaré hasta que te disculpes y pagues lo que me hiciste”.
No tenemos por qué tolerar que antiguas heridas definan lo que somos aquí y ahora. Podemos permitir que el pasado se disuelva, podemos dejarlo atrás, podemos despedirnos de nuestras viejas heridas. Al perdonar, nos libramos del sufrimiento que nos ha aquejado desde que el suceso original tuvo lugar.
El perdón descarga a nuestro corazón del peso del enojo y otros sentimientos negativos y abre el camino al amor.
Al igual que las ama, las japonesas pescadoras de perlas de la antigüedad, cuando nosotros nos sumergimos en nuestras heridas podemos volver a la superficie con un tesoro.
El perdón es una práctica valiente. Requiere verdadera fortaleza, la disposición a aceptar algo muy difícil. Nos pide enfrentar nuestros demonios. Requiere una honestidad absoluta.
Aunque las barreras contra el perdón parecen impenetrables, el amor puede entrar hasta por la más pequeña grieta de tales defensas.
Confundimos perdón con olvido.
El perdón no exime a los demás de la responsabilidad de sus actos ni cambia necesariamente su comportamiento.
El perdón es para el que perdona.
Muchos insisten en que debe haber arrepentimiento, una disculpa del perpetrador, justicia o incluso castigo para que pueda haber perdón. El problema de esta estrategia es que, en algunos casos, quizás se deba esperar mucho tiempo para que se haga justicia, si acaso se hace.
Nuestra identificación con una antigua herida puede reforzar la ausencia de perdón. Después de sufrirla tanto tiempo, nos preguntamos: “¿Qué seríamos sin ella?”.
El perdón no implica ni requiere reconciliación para perdonar.
Por fortuna, el perdón involucra a una sola persona: tú. Podemos perdonar a alguien sin siquiera hablar con él. Podría estar muerto ya, pese a lo cual nunca es demasiado tarde
El perdón no nos pide aceptar de nuevo a quienes nos rodean. Podemos decirle aún a quien abusó de nosotros: “No quiero volver a verte”.
Perdonar es en esencia un acto de interés propio que no tiene nada que ver con cambiar a otra persona.
Cuando perdonamos, nos administramos la más útil de las medicinas, nos concedemos una aceptación radical de nosotros mismos.
El perdón no es un ejercicio intelectual. Debemos involucrar plenamente en él a nuestro corazón.
Todo perdón es un autoperdón.
No esperes. No esperes a estar en tu lecho de muerte para iniciar el proceso de perdonar a quienes te han hecho daño u ofendido.
Las cinco invitaciones. Frank Ostaseski.
Frank Ostaseski. La buena vida, la buena muerte: