Jôshû (en chino Chao-Chou) (778-897) vivió en el siglo de oro del zen, los últimos años de la dinastía T'ang. Fue uno de los maestros zen más famosos de China, superando a todos sus coetáneos en espontaneidad y creatividad. Fue ordenado monje siendo muy joven ya los dieciocho años ya tuvo kensho. A continuación comenzó a peregrinar. Así se encontró con el maestro Nansen. Cuando Jôshû ya tenía cincuenta años, al escuchar las palabras de Nansen “la mente ordinaria es el camino” tuvo una gran iluminación.
Cuando murió Nansen, Jôshû ya tenía sesenta años. Dejó el monasterio y comenzó una vida de peregrinación que duró veinte años en la que visitó a otros maestros.
Por fin se descubrió en un pequeño templo en la capital provincial de Jôshû, no muy lejos de Pekín. Allí estuvo enseñando de los ochenta a los ciento veinte años de edad, y de allí le viene su nombre.
Extraído del libro “Biografías de maestros zen”, de Ana María Schlüter.
Cuando murió Nansen, Jôshû ya tenía sesenta años. Dejó el monasterio y comenzó una vida de peregrinación que duró veinte años en la que visitó a otros maestros.
Por fin se descubrió en un pequeño templo en la capital provincial de Jôshû, no muy lejos de Pekín. Allí estuvo enseñando de los ochenta a los ciento veinte años de edad, y de allí le viene su nombre.
Extraído del libro “Biografías de maestros zen”, de Ana María Schlüter.
Un monje dijo a Jôshû: “El puente de piedra de Jôshû es famoso en todo el mundo, pero al llegar aquí no veo más que una pasarela de madera”.
Jôshû contestó: “Tú no ves más que una pasarela de madera y no ves el puente de piedra”.
El moje: “¿Qué es el puente de piedra?”
Jôshû: “Deja pasar a burros ya caballos”.
“¿Conociste a Nansen?”, le preguntó un monje lleno de admiración.
“En Shin-chou (el distrito donde reside) crecen grandes nabos”, contestó Jôshû.
Un monje preguntó a Jôshû: “¿Qué dirías tú si yo viniera a donde ti con nada?”
Jôshû respondió: “Lánzalo al suelo”.
El monje protestó: “Yo he dicho que no tenía nada, entonces, ¿qué es lo que tengo que soltar?”
“Bien, en este caso llévatelo”, fue la contestación de Jôshû.
Jôshû fue preguntado en cierta ocasión por un monje: “Todas las cosas son reducibles a la unidad, ¿a qué se reducirá, pues, este uno a su vez?”.
La contestación del maestro fue la siguiente: “Cuando yo me hallaba en el distrito de Tsin, poseía una indumentaria monacal, que pesaba siete chin”.
Un monje, aún novicio, se acercó a Jôshû y le rogó tuviera a bien irle adoctrinando en el zen.
Jôshû dijo: “¿Hoy todavía no has desayunado?”.
El monje respondió: “Sí señor, acabo precisamente de hacerlo”.
“¡Entonces, lava tus tazas y escudillas!”, contestó Jôshû.
Un día barría Jôshû el suelo, cuando un monje le preguntó: "Vos sois un maestro tan sabio y santo. Decidme, ¿cómo es posible que se forme polvo en vuestro patio?".
El maestro repuso: “Él viene de fuera”.
Cuando Jôshû fue preguntado qué importancia atribuía a la aparición de Bodhidharma en el Oriente, respondió: “El ciprés en el patio”.
“Tú hablas”, repuso el monje, “de un símbolo objetivo”.
“No, yo no hablo de un símbolo objetivo”, respondió.
El monje prosiguió interrogando: “¿Cuál es, pues, el principio fundamental del budismo?”.
“El ciprés en el patio”, respondió de nuevo Jôshû.
Cuando se le preguntó a Jôshû qué era el zen, respondió: “Hoy está nublado y no contestaré”.
Al ser interrogado Jôshû sobre la “primera palabra”, tosió.
El monje observó: “¿Esto no se trata de aquello?”
“¿Por qué? ¿A un viejo no le está permitido toser?”. Esta fue la rápida réplica del maestro.
Jôshû estaba barriendo el patio y un monje le preguntó: “¿Cómo es que una mota de polvo entró en este suelo santo?”
A esto respondió Jôshû: “¡Aquí llega otra!”.
Un monje le preguntó: “¿Cómo es que sin el consentimiento paterno uno no puede ser ordenado?”
“¡Qué superficial!”, contestó Jôshû.
“No puedo entender”, respondió el monje.
“¡Qué profundo!”, le replicó el maestro.
Un monje preguntó a Jôshû: “¿Qué es el Buda?”.
“Ese que está en la sala”, le respondió el maestro.
Dijo el monje: “El que está en la sala es una imagen, una masa de barro”.
“Así es”, afirmó Jôshû.
“¿Y qué es el Buda?”, insistió el monje.
“Ese que está en la sala”, respondió el maestro.
Un monje preguntó a Jôshû: "Cuando el cuerpo se desmorona en pedazos y retorna al polvo, allí mora eternamente una sola cosa. Esto me lo dijeron, pero ¿dónde mora esta cosa única?"
El maestro replicó: “Esta mañana hay otra vez viento”.
Jôshû contestó: “Tú no ves más que una pasarela de madera y no ves el puente de piedra”.
El moje: “¿Qué es el puente de piedra?”
Jôshû: “Deja pasar a burros ya caballos”.
“En Shin-chou (el distrito donde reside) crecen grandes nabos”, contestó Jôshû.
Jôshû respondió: “Lánzalo al suelo”.
El monje protestó: “Yo he dicho que no tenía nada, entonces, ¿qué es lo que tengo que soltar?”
“Bien, en este caso llévatelo”, fue la contestación de Jôshû.
La contestación del maestro fue la siguiente: “Cuando yo me hallaba en el distrito de Tsin, poseía una indumentaria monacal, que pesaba siete chin”.
Jôshû dijo: “¿Hoy todavía no has desayunado?”.
El monje respondió: “Sí señor, acabo precisamente de hacerlo”.
“¡Entonces, lava tus tazas y escudillas!”, contestó Jôshû.
El maestro repuso: “Él viene de fuera”.
“Tú hablas”, repuso el monje, “de un símbolo objetivo”.
“No, yo no hablo de un símbolo objetivo”, respondió.
El monje prosiguió interrogando: “¿Cuál es, pues, el principio fundamental del budismo?”.
“El ciprés en el patio”, respondió de nuevo Jôshû.
El monje observó: “¿Esto no se trata de aquello?”
“¿Por qué? ¿A un viejo no le está permitido toser?”. Esta fue la rápida réplica del maestro.
A esto respondió Jôshû: “¡Aquí llega otra!”.
“¡Qué superficial!”, contestó Jôshû.
“No puedo entender”, respondió el monje.
“¡Qué profundo!”, le replicó el maestro.
“Ese que está en la sala”, le respondió el maestro.
Dijo el monje: “El que está en la sala es una imagen, una masa de barro”.
“Así es”, afirmó Jôshû.
“¿Y qué es el Buda?”, insistió el monje.
“Ese que está en la sala”, respondió el maestro.
El maestro replicó: “Esta mañana hay otra vez viento”.

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