Roshi
Joan Halifax es una maestra zen de los Estados Unidos, antropóloga, ecóloga,
activista social. Mantuvo un breve matrimonio con Stanislav Grof en 1972.
Juntos examinaron el uso de LSD como apoyo para los moribundos. Halifax ha
recibido la transmisión del Dharma de los maestros Bernard Glassman y Thich
Nhat Hanh, y estudiado con el maestro zen coreano Seung Sahn. Ha dedicado mucho
tiempo de su vida, 40 años, a cuidar de los moribundos y de las personas que
los cuidaban, y también a cuidar de prisioneros en las cárceles. Ha hecho de la
compasión su manera radical de entender el budismo. Actualmente dirige el
centro zen Upaya en Santa Fe, Nuevo México, relacionado con la organización Zen
Peace Makers, que luchan por el compromiso social en el budismo.
¡Tremendo!
Es el primer adjetivo que me ha venido para calificar este libro. Tremendo, no
solo por el tema que trata, la muerte, tan poco habitual, tremendo de bueno.
Impactantes las meditaciones prácticas que propone. De los mejores libros que
he leído. Tanto es así que, como suelo hacer, empecé a subrayar las frases que
más me llegaban y me encontré, para mi sorpresa, con que estaba subrayando casi
todo el libro.
Ha
sido todo un descubrimiento este libro, tan vivencial, tan profundo, y a Joan
Halifax, la maestra zen que lo ha escrito. Eso sí, no se puede recomendar a
todo el mundo, por ejemplo, a personas hipocondríacas, obsesivas o depresivas,
y hay que leerlo en momentos especiales.
Nos
preguntamos: ¿Qué se sentirá al morir? ¿Sufriré? ¿Estaré solo? ¿Dónde iré
después de morir? ¿Se me echará de menos? ¿Es dolorosa la muerte? ¿Será un
alivio? Cuando nos hacemos estas preguntas, surge nuestro no saber, porque la
verdad es que nunca podremos responderlas.
Esta
es la naturaleza del morir: dejarse llevar hacia lo desconocido, soltar
nuestras amarras y abrirnos a la inmensidad de quienes somos en realidad.
Cuando
la muerte se acerca, la persona que está agonizando puede oír una tenue
vocecita que la invita a la libertad. Yo también me he encontrado con esa
vocecita. Está ahí para hablar con nosotros, si le ofrecemos el silencio
suficiente para ser oída.
La
atención plena, el núcleo de todo lo que estamos haciendo en el proceso de
estar con los que mueren, es una práctica de prestar una atención profunda a lo
que está teniendo lugar en el momento presente.
Permítete
estar presente con tu propio sufrimiento y con el hecho de que, igual que tú,
los demás también sufren.
Paciente
y cuidador son uno y lo mismo, conectados por la vida y por la muerte, así como
por el sufrimiento y la alegría. Cuando somos capaces de atravesar el temor al
reconectarnos con el otro, surge la compasión real.
No hay una muerte buena o mala. Morirse es morirse; cada uno lo hace a su manera.
No hay un yo, ni otro: nadie que ayude, nadie siendo ayudado.
¿Qué
le dio sentido a tu vida? ¿Qué harías ahora de manera diferente, sabiendo que
en un año vas a perder la vida? ¿Qué cambiarías en tu vida? ¿Qué relaciones has
de poner en orden? ¿A quién debes pedir perdón? ¿A quién necesitas perdonar? ¿A
quién quieres a tu alrededor compartiendo estos últimos momentos de tu vida?
¿Cuál ha sido el mayor regalo que has recibido en esta vida? ¿Qué te está
haciendo perder el tiempo? ¿Qué es lo que te guía y te sirve de apoyo en tu
vida? ¿Qué te importa realmente? ¿Qué puedes hacer hoy para favorecer una buena
muerte?
“Yo
quiero ser siempre terminal”, me dijo un paciente de cáncer que iba a morir. Su
diagnóstico le devolvió partes de su vida que había perdido cuando estaba sano.
Él me recordó que todos somos terminales.
Darnos
cuenta de que sufrimos porque nos consideramos permanentes y separados es
extremadamente importante. La compasión surge al darnos cuenta de que no
estamos separados y no tenemos una identidad fija.
Cuando
nuestra visión de la realidad es amplia y clara, descubrimos ese inmenso
horizonte indescriptible del no saber, brillando en el ocaso del silencio y de
la rendición.
Incluso
el dolor más intenso es impermanente. Y lo que es más importante, el dolor no
es quienes somos en realidad.
Sorprendentemente,
es muy habitual que las personas decidan morir cuando los cuidadores hayan
abandonado la habitación; imagino que solo quieren morir tranquilos y solos.
Quizás esta persona quiera estar libre de toda esa atención que le mantiene en
vida.
El
no saber y el ser testigo han sido durante mucho tiempo mis refugios y mis
guías para estar con el proceso de la muerte.
A
veces, todo lo que necesita un ser querido que está teniendo una muerte difícil
es permiso para irse y el conocimiento de que ha sido amado.
En lo más hondo de nuestro ser, todos estamos libres del sufrimiento.
Hasta la pena es transitoria y con el tiempo puede atravesarnos y dejarnos tras su paso más sabios y más humildes.
Suena
raro, pero normalmente la catástrofe es la circunstancia que libera la
fortaleza, la sabiduría y la amabilidad del asfixiante abrazo del miedo. La
catástrofe es la esencia del camino espiritual.
Roshi Joan Halifax. Estar con los que mueren:
https://www.youtube.com/watch?v=HsPkq0DWcQU
Joan Halifax: La compasión y el verdadero significado de la empatía:
https://www.youtube.com/watch?v=dQijrruP9c4
https://www.youtube.com/watch?v=HsPkq0DWcQU
Joan Halifax: La compasión y el verdadero significado de la empatía:
https://www.youtube.com/watch?v=dQijrruP9c4
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