El 21 de junio José Luis y yo estuvimos en Barcelona compartiendo
un día de satsang con Waine Liquorman.
Cuando Waine te mira lo hace desde ese mismo lugar que se
manifiesta en los ojos de un niño de un año cuando mira a un desconocido desde
su cunita en el autobús… A los ojos, ojos que sonríen, boca que sonríe, todo
amor extático, sin juicios, sin tiempo, el que mira y el observado… son lo
mismo!
Durante ese encuentro de unas cuatro horas descubrimos a este
maestro advaita, mucho menos conocido que Mooji o Tolle… pero al final todas
las olas tienen el mismo sabor a sal…
Sin ninguna pretensión de mantener poses de superioridad espiritual:
cercano, jocoso, espontáneo, a veces con naturalidad casi brutal en sus
comentarios… alternando todo ello con el otro Liquorman… el que conecta con
todos los desconocidos que se acercan a él, desde eso que Es, que se manifiesta
arrobada y arrebatadoramente desde el silencio de su mirada, silencio en que
hay una única mirada sin identidad…
Ese excéntrico grandullón vuelve a mostrarse extremadamente
sensible acompañando a los presentes en el, a veces angustioso, proceso de
abandono de la falsa sensación de autoría…
Adonde te lleva Liquorman entre bromas y paradojas para
acompañarte con su cálido silencio en el momento justo, abrazando las lágrimas
con su sonrisa, incluso fundido él también en el mismo llanto contigo.
Jorge Bescós.
Acudo a este satsang como un folio en blanco. No he leído nada de Waine
Liquorman ni he visto ningún vídeo suyo. Alguna persona me ha hablado bien de
este “maestro” advaita. He preferido dejarme sorprender.
Llegamos al lugar del satsang una hora antes. Descubrimos un
pequeño jardín en las inmediaciones, con un precioso estanque. Nos sentamos un
buen rato contemplando las flores y los pájaros bañándose.
Nada más entrar, reconozco a un amigo de facebook, Enrique, a
quien no conozco personalmente, pero con el que comparto inquietudes y
búsquedas. Lo saludo y enseguida sintonizamos los tres. Es como si nos
conociéramos de toda la vida. Seguramente, en el fondo, es así.
Ya en la sala, no muchas personas, unas veinte o veintidós.
Comienza Liquorman saludándonos uno a uno, sin palabras, con
calma, desde la silenciosa y amorosa mirada del ser.
Una cuantas frases suyas que me llegan especialmente:
“El silencio aquí es la ausencia de una agenda personal”.
“Lo que nos hace sufrir es la historia que nos contamos sobre
nuestro sufrimiento”.
“Espero que cuando salgáis de aquí lo hagáis sabiendo menos que
cuando entrasteis”.
“Somos un movimiento de la presencia”.
“No falta nada”, dice Liquorman, con lágrimas en los ojos, después
de mirar largo rato a una persona que ha compartido sus inquietudes existenciales
más íntimas.
Esto es lo que más me llega de su enseñanza, su silenciosa y
amorosa mirada desde el ser. Con esto me quedo.
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