Algo
sobre el silencio
ありたちがくさにのぼってすぐおりる
Las hormigas en fila
suben por una hoja de hierba...
y en seguida bajan
Hablar sobre el silencio… Qué
tesitura. Imagino a la niña japonesa de seis años que escribió ese haiku sonreír.
Yo podría decir muchas cosas sobre
el silencio (eso iba a decir)…. Pero no, en realidad no. La verdad es que sólo podría repetir
muchas palabras que oí sobre el silencio. Palabras… palabras que viene y van una y otra vez. Como
las hormigas…
El silencio... Un niño mirando una
fila de hormigas en la hierba. Quizá el silencio sea eso.
Y una sonrisa. Yo mismo sonreí
cuando leí ese haiku. Ese silencio. Si el silencio puede decirse es así. Sin palabras. De verdad sin
palabras. Nombrando lo obvio. Lo que está ahí, a nuestro alcance. Tan a nuestro alcance que
no lo alcanzamos.
Cuando leo ese haiku siempre,
siempre, imagino a esa niña acuclillada, como una ranita, como sólo saben hacer los niños,
contemplando en silencio como la fila de hormigas sube y baja por una hoja de hierba.
Una hoja de hierba. Unas hormigas. Y
un niño que mira. Eso es el mundo. Eso es el silencio.
Yo quisiera ser capaz de ver siempre
por primera vez una fila de hormigas que sube y baja por una hoja de hierba.
Entonces sonreiría. Entonces sería
yo.
Yo, pobre yo, lo reconozco, no soy
capaz de guardar silencio. De dar voz, callada, a ese niño que, dicen, llevo dentro. De ver.
El niño que llevamos dentro… ¿de
verdad llevamos un niño dentro? ¿O acarreamos el recuerdo de un niño? Aquel niño…
Quién fui... Quién soy…
¿De verdad hubo un día en que
contemplé en silencio, con todo el silencio de mi alma, cómo una fila de hormigas subía y bajaba
por una hoja de hierba?
A veces lo dudo. A veces me parece
que si fue, fue sólo un sueño.
Lo sé. Sé que las hormigas siguen
ahí, subiendo y bajando por las hojas de hierba, como siempre.
Pero ya no las veo. Ya no soy capaz.
Ya mi silencio está preñado de palabras.
Palabras que a veces, oh iluso,
pretenden nombrar el silencio.
Sí… yo quisiera contemplar el mundo
tumbado sobre la hierba… Sin palabras. De verdad sin palabras. Cuántas cosas podría yo
decir sin decir de verdad nada… hasta el silencio… Qué pretencioso… Qué inocente…
Qué diferente debe sonar el mundo
desde la sonrisa de un niño. A ras de suelo. A la altura de las hormigas que no dicen nada. Qué
tontería querer llenar una hoja de hierba con nuestra filosofía.
Se doblaría. Claro. Como las
hormigas. Se cansarían. Dejarían todas nuestras palabras en cualquier parte. Porque pesan. Sí.
En realidad, cómo pesan…
Cómo pesa todo lo que no somos. Buf.
Cómo nos pesa, y cómo atruena, todo lo que olvidamos contemplar. Lo que dejamos al otro
lado de nuestra sonrisa.
Aquel silencio… aquel silencio… a
veces… sólo a veces… qué milagro que no sabría decir… me encuentro otra vez con el
silencio. Con aquel silencio. Con el momento en que veo.
Es el silencio el que me sorprende.
Qué cosas. Cuando no me lo espero. A lo mejor cuando estoy pensando en cosas muy importante que
no tienen nada que ver con hormigas ni con hojas
de hierba, claro. Justo entonces me
llama.
El silencio del mundo. Que me
contempla a mí. Como una hormiga cualquiera que va y viene sobre la hierba.
Me llama aquel silencio. Y sí.
Entonces me acuerdo. Me acuerdo de cuando yo contemplaba el mundo también así… A ras de suelo.
En cuclillas, como una pequeña rana, contemplando las cosas, todas. Con la humildad y la
confianza de un niño que no sabe de humildad ni de confianza.
Desde la pureza de mi silencio.
Y con aquel silencio vuelvo a ver la
naturaleza de las cosas. De las cosas sin importancia. A las hormigas que van y vienen por
ejemplo, sí, milagrosamente las vuelvo a ver. Veo el mundo que no pesa porque no tiene palabras. Y
con aquel silencio me vuelvo a ver a mí mismo, qué raro...
Y por fin me reconozco. Y sonrío.
Es quizá la pureza de aquel silencio
que sonó cuando una rana saltó. Una rana acuclillada en la orilla como un niño, como sólo los
niños saben hacer. El silencio que estaba ya y que no oíamos.
Hasta que sonó aquel chapoteo. El
silencio que siempre está. Bajo todas las cosas. En la profundidad verdadera de nuestra
mirada. Pura. Contemplando las cosas por primera vez. Como son siempre.
Una sonrisa sobre la hierba. A ras
de suelo la sonrisa de un niño contemplando en silencio las hormigas que suben y bajan por una
hoja de hierba. Eso es el silencio... Quizá el haiku…
Félix Arce.
jejeje, gracias.
ResponderEliminarUn abrazo grande grande amigo mío.
Gracias Momiji...Yo también quiero jugar con vosotros. Subir a los árboles, buscar tesoros, guardar secretos...
ResponderEliminarAHH que bonito. Pues yo sigo siendo así. Me acuclillo para mirar bichitos por el camino, hace unos días, un cienpiés que rodó por el borde de la carretera y me reí como si no hubiera mañana y unos días más tarde una oruga de esas que se estiran para alcanzar algo y luego doblan el resto del cuerpo hasta que se juntan y vuelta a empezar. Quizá por eso me cuesta tanto el mundo "adulto" o la sociedad generalista.
ResponderEliminarSigo cogiendo piedras y metiéndome cosas en el bolsillo y hace unos días me concedí volver a subirme a los muros, algo que hice hasta los 14 años aproximadamente, y sentí que recuperaba una parte muy importante de mi. Otro trocito lo he recuperado hoy al descalzarme para el paseo.
Hemos de concedernos esos silencios de ser "adulto" y dejar que nuestra alma resuene.