No me resisto a compartir algunos haikus y otro haibun de RECOGIDO EN EL
AGUA, el libro de Félix Arce al que hace poco dediqué una entrada del blog, y a
seguir recomendando su lectura.
caminar sin más,
en la mochila espigas
que arrastró el viento
de vuelta a casa,
apoyadas junto al puente
dos varas de avellano
suave llovizna,
atravesando el camino
el olor de los cedros.
al salir del albergue
un sol que no calienta
lo ilumina todo
surge en la niebla
y en ella se deshace,
el peregrino
sólo caminar,
junto al perro sin dueño
entre las viñas
MITORI KANNON-DO
“Sólo
dos cosas puedo hacer: caminar y componer poemas”.
Santôka Taneda.
Componer haiku y caminar sobre sus propios pies por los caminos, por el
camino, hacia la verde profundidad de las montañas.
Sus pies.
Caminaron sobre estas mismas escaleras los pies de Santôka, hace ahora
justamente ochenta años, en Mitori Kannon-do, el templo zen al que se retiró
durante más de una año y medio, aquí, en la prefectura de Kumamoto.
Y mis pies.
También mis pies recorriendo mi propia estupidez hasta el final.
Caminar, sólo caminar, sin saber por qué.
Aquí, donde la quietud sigue estando tan quieta, y la soledad tan sola.
Asciendo las escaleras que ascendiste, bordeadas de imágenes budistas, Kannon,
Jizô… y sauces, arces, bambú… y la brisa, la brisa que no deja de soplar, que
va donde quiere.
Toco la cuerda de paja de arroz que circunda un cedro magnífico que
apunta al cielo, recto, silenciosos. Levanto la mirada y el cielo es apenas una
insinuación azul que se mueve en la brisa de mayo. La brisa que mueve las
hojas, que las arrastra al vacío y caen, caen dando vueltas, brillando a veces.
Brillando un instante.
Toco la corteza del árbol divinizado por el shinto y mis dedos recorren
su pureza natural que apunta al cielo vacío.
Sigo ascendiendo la montaña. Pequeños santuarios sintoístas, árboles,
estatuas de piedra cubiertas de musgo, y las hojas muertas sobre el camino,
sobre las piedras…
Pienso en Santôka. Pienso en unos pies descalzos tocando la terrible
pureza de este lugar. El viento arrecia y arranca las hojas de los árboles.
Suenan en el aire, crujen, como agua lejana que se rompe contra las rocas. Y
caen sobre los peldaños de piedra que ascienden, caen las hojas sobre las hojas
muertas, caen sobre mí. Me detengo y miro las hojas que vuelan arrastradas por
el viento. Las hojas que nunca dejan de caer sobre la tierra.
Intento recordar un haiku de Santôka pero de mi mente han caído todas
las palabras.
Aquí. En mis manos vacías sobre las que caen las hojas, a miles de
kilómetros de mi hogar, siento por un instante la brillante desnudez de las
cosas. Y mi alma, tan quieta, tan solitaria, sólo puede callar.
Qué vacío, qué hermosamente árido es el verdor que me rodea. Tan
profundo. Aquí, en la cima ardiente de esta montaña, siguiendo la desnudez de
un monje desnudo, contemplo ahora las hojas muertas que brillan y las imágenes
de la compasión, que crecen y florecen junto a los árboles.
Tú, tú que tocaste esta brisa que me toca, tú que contemplaste este
cielo que me contempla, tan vacío. ¿También tú, descalzo sobre el camino,
sentiste por un instante, brillante, morir arrastrado por el viento? ¿También
tú, con las manos vacías, sentiste cada atardecer cómo tu vida fluía entre tus
dedos? Y caía… Caía sobre la tierra…
Arriba, en lo alto de la montaña. El templo de madera aguarda
silencioso. Me acerco despacio. Contemplo las imágenes, las vigas, la madera
oscura. Quieto, en completa soledad, junto las manos y bajo la mirada. Escucho.
Y el viento… el viento sigue soplando…
cae la tarde...
algunas nubes transparentan
el verdor de la montaña
Se puede adquirir el libro en la página web de la editorial:
Este texto te arrastra al peregrinaje del corazón... Te hace anhelar el aire puro y las montañas verdes... Y el silencio.
ResponderEliminarMuchísimas gracias José Luis! Jope, qué generoso. Y tú también Jorge.
ResponderEliminarCaminar junto a los amigos. Creo que eso es la vida para mí.
Un abrazo grande amigo
Caminar junto a los amigos. ¡Qué bonito, Félix!
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.