15 de julio de 2019

EL ARPA BIRMANA.

EL ARPA BIRMANA, de Kon Ichikawa.  
Esta película ganó el León de Oro del Festival de Venecia y fue nominada al óscar a la mejor película de habla no inglesa en el año 1945. La película está basada en el libro del mismo título de Michio Takeyama, una de las novelas más importantes del Japón de la posguerra.
En los últimos días de la II Guerra Mundial, el sureste asiático está plagado de tropas japonesas, que exhaustas e incomunicadas, vagan sin rumbo acosadas por las fuerzas aliadas. En Birmania, una compañía singular es mandada por un capitán que en la vida civil ejerce la profesión de músico. Los soldados que la integran forman una masa coral que interpreta magistralmente canciones tradicionales. Tras entregarse a las fuerzas británicas, el cabo Mizushima, virtuoso intérprete del arpa birmana, es enviado a una arriesgada misión de paz, tras la cual desaparece sin dejar rastro.    


Mucho antes de que en España se empezase a hablar de memoria histórica, en su casa de Niigata, el japonés Toru Arakawa soñaba con jubilarse para venir a abrir fosas de la guerra. Nadie llegó a entender bien por qué le dio por ahí. Pero él lo tenía muy claro cuando aquí aún no nos aclarábamos, cuando aquí todavía daba miedo hablar de ciertas cosas, y se pasó diez años practicando español a domicilio con unas cintas que compró para escuchar por las mañanas.
Un día de 2006, en un periódico japonés, apareció una noticia sobre las fosas que se estaban empezando a abrir aquí. El artículo habló de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) que se había fundado en Ponferrada. Toru recortó la página, mostró la noticia a su mujer y le anunció su plan para los próximos meses: "Me marcho a España a trabajar en las fosas". Entonces tenía 68 años y ya estaba jubilado.
Llegó a Ponferrada, después de recorrer 20.000 kilómetros en avión y autobús. Aquí siempre se hizo entender con paciencia, y muchas señas y sonrisas.
El 22 de agosto de 2006, en As Pontes, Toru hizo su primera fosa de la guerra. Era la exhumación de la familia Ramos Ferreiro.  Los habían tiroteado en su propia casa, y sólo una hija logró escapar al monte. En el hoyo aparecieron los otros dos hijos y el matrimonio. La pareja llevaba puestas las alianzas de boda, y Toru se echó a llorar. Después de aquello, viajando por su cuenta todos los veranos, el japonés participó como voluntario en una treintena de excavaciones por todo el territorio estatal, pero nunca dejó de emocionarse. Siempre que relataba aquel primer encuentro con unos huesos de la guerra volvían a empañársele esos ojos tan pequeños que tenía.
Era un hombre muy menudo, pero cavaba como el que más, como si quisiese acabar de una vez con todos los agujeros negros que había dejado la Guerra Civil en la tierra de España. Toru no comprendía cómo las fosas no llevaban abiertas ya muchos años.
Castro le proporcionó cama y comida el tiempo que estuvo en As Pontes, y se hicieron muy amigos. "Era un paisano excelente, para él no había religión ni frontera. Contaba que los japoneses de su generación habían quedado muy marcados por la II Guerra Mundial, y quizás por eso se interesó tanto por este conflicto nuestro. Le gustaba el jamón, le gustaba la morcilla, pero sobre todo le gustaba la causa. Cuando la ARMH finiquitaba su temporada, buscaba otros grupos que estuviesen en ello y se ofrecía para trabajar, como siempre, gratis. Al dejar As Pontes, le regaló a la hija de Castro un bonsai. Desde entonces, más o menos todos los meses, la chica se escribía con él por correo electrónico y le planteaba dudas acerca del abonado y la poda. Pero a principios de octubre, el correo de Toru dejó de contestar. Preocupados, los Castro llamaron en fin de año al hijo del voluntario, que vive en Chicago, y éste les contó que había muerto. 
Toru sólo era robusto de espíritu, y le había prohibido a su familia contar que estaba enfermo. En España nadie sabía que tenía resquebrajado el corazón. Y el 5 de octubre se le rompió el todo.
Resumen del artículo publicado por EL PAÍS. GALICIA, escrito por Silvia R., el 8 de enero del 2010.

Cuando leí este artículo, bastante tiempo después de que fuera publicado, me impactó. Enseguida recordé una preciosa película que había visto hacía muchos años: EL ARPA BIRMANA. Y fue entonces cuando comprendí por qué había venido a España este singular japonés.
Arigato, Arakawa san.



2 comentarios:

  1. Es conmovedora esta historia y una vez más se constata que en cualquier rincón del mundo hay seres dan todo por sus semejantes. Una lección de amor que se debiera contar en las escuelas. Gracias por insertar este artículo.

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  2. Gracias a ti, Luis Miguel, por valorarlo. Un abrazo.

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