En
ocasiones cómico, a veces irreverente, en otras devocional, pero siempre franco
y honesto, ZEN AMBIVALENTE es el testimonio lúcido de un occidental embarcado
en una aventura espiritual.
En
este libro Lawrence Shainberg escribe de sus vivencias con reconocidos maestros
zen a los que conoció personalmente y con los que practicó, y lo hace con total
sinceridad, sin oculta nada, ni siquiera la cara “b” de esos maestros. Aparecen
en sus páginas Alan Watts, maestros zen japoneses afincados en EEUU, como Kyudo
Nakagawa Roshi, Eido Roshi, Maezumi Roshi, y americanos, como Bernard Glassman.
El libro es también una lúcida crónica de la transmisión del zen a EEUU.
“Una
de las restricciones del zen y de otras prácticas espirituales es que hay pocas
personas que se puedan tomar siete días libres sin tener que renunciar a tiempo
de vacaciones, y todavía menos que pudieran escoger pasar sus vacaciones de
cara a la pared. Como la vida familiar es otro de los constreñimientos, la
mayoría de los estudiantes son solteros, viudos o divorciados, y la mayoría de
las parejas no tienen hijos o son lo suficiente mayores como para dejarlos en
casa. Dado que la soledad y la desesperación psicológica son dos de los mejores
catalizadores de la práctica, la mayor parte de la gente que circula por el zen
y otros centros espirituales está formada por personas divorciadas
recientemente” (pag. 250).
FUNCIONARIOS
Y SOLTEROS
Al
hilo de lo que cuenta Lawrence Shainberg en su libro, me viene a la memoria una
anécdota. Ya no recuerdo si fue en mi primer sesshin o en el segundo. Sí recuerdo que
era en Las Arenas, Bilbao, y que lo impartía Ana María Schlüter. Al final del
sesshin, en la comida de despedida, ya se podía hablar y era una tradición
establecida que los que hacían su primer sesshin se presentaran. Había una
pareja joven, ella con rastas, de aspecto alternativo, que se presentaron. Dijeron
sus nombres y de dónde venían. La chica dijo que trabajaba de administrativa.
Había un vasco muy gracioso, entrado en edad y con bastantes años de práctica,
que empezó a decir que esto del zen era para funcionarios y solteros, y para
demostrar que esto era así, le preguntó a la chica de las rastas que dónde
trabajaba de administrativa, y ella, un poco avergonzada, confesó que era
funcionaria. Animado con la respuesta, propuso el vasco que todo el mundo se
presentara y dijera en qué trabajaba, y resultó que de unas 45 personas que
estábamos, sólo dos no éramos funcionarios: un mozo que trabajaba los veranos
en una torre de vigilancia contra incendios y yo, que entonces estaba parado. Pues
sí, aquel vasco tan gracioso tenía razón. Aunque yo también habría añadido a lo
de “funcionarios y solteros”, algún parado cobrando la prestación de desempleo,
como era mi caso.
From US Marine to Zen Monk [Documentary] 米海兵隊から禅僧へ [ドキュメンタリー]:
Jeje, me ha encantado la reflexión. Aunque en mi caso (no voy a revelar por ahora en que categoría estoy, pero estoy) no creo que la soledad sea un catalizador, más bien que se dan las condiciones para poder reservar ese tiempo (tiempo que igual no tienen otros colectivos) a algo que quizá empieza casi como "un hobby" y acaba, acaba... ¿acaba?
ResponderEliminarJajajaja me acuerdo de esa anécdota y desde luego que tenías muchísima razón. El libro El Zen ambivalente me gustó muchísimo y también me reí mucho con las ocurrencias del maestro. Por cierto lo leí en la estación, ya puedes ver los años que hace y ahora lo voy a volver a leer.
ResponderEliminarPues sí, es muy bueno este libro. Vale la pena releerlo. Creo que muchos de los que hemos practicado zen y que, a pesar del desencanto y las frustraciones sufridas a lo largo de los años, lo seguimos practicando, podríamos escribir también un libro.
Eliminar