El ocho de abril se cumplieron
ocho años del fallecimiento de mi madre, y me gustaría compartir algo que en su
día hice con muy pocas personas, en parte porque se trataba de algo muy íntimo
y en parte también porque era algo muy difícil de expresar con palabras.
Había ingresado a mi madre en
urgencias, como otras muchas veces en los cinco años anteriores. Estaba muy
deteriorada física y mentalmente. Conocía a la gente y se podía conversar con
ella, pero al instante se olvidaba de lo que acababa de hablar. En esta
ocasión empeoró rápidamente y el médico me dijo que había entrado en coma y se
acercaba el final, y me preguntó si le autorizaba a sedarla para que no
sufriera. Yo le dije que sí, y así lo hizo.
No me acababa de creer, después
de tantos ingresos en los que se había recuperado, que iba a morir. Además, el
día anterior el médico me había dicho que seguramente mejoraría y en unos días
le daría el alta. Me turné con mi mujer para comer y cuando volví me dijo,
asustada, que le parecía que había dejado de respirar. A mí también me lo
pareció, así que llamamos a la enfermera, vino el médico y, efectivamente, nos
confirmó que había fallecido. Quedaba tan poco de ella que, imperceptiblemente, sin apenas sufrir, había dejado de respirar. Estuvieron las enfermeras un buen rato
retirándole las sondas y arreglándola un poco y, seguidamente, nos dijeron que
podíamos entrar en la habitación.
En esos
minutos que habían transcurrido, su rostro se había transformado. Su expresión ya
no era de agonía, de sufrimiento; era de paz. La cogí de la mano, y mirándola,
me transmitió esa paz. Por unos minutos sentí una conexión de paz entre los
dos. Percibí con intensidad una presencia de paz en la habitación. Qué lástima que las
enfermeras al entrar interrumpieran algo tan bonito. Luego le pregunté a mi
mujer si también ella la había sentido, y me dijo que no. Me extrañó, más bien
me sorprendió, que ella no sintiera también lo mismo.
Así fue como se despidió de mí,
transmitiéndome paz desde donde se encontraba. Yo estaba triste y apenado, pero
después de esta vivencia me sentí consolado. Mi madre no podía esta en mejores
manos.
Algunos años después de esta
vivencia, viendo los vídeos de los diez programas de TV que Oprah dedicó al
libro de Eckhart Tolle, UN NUEVO MUNDO AHORA, concretamente en el 7º, Eckhart
comentó la experiencia de una mujer que había perdido a un hijo. Era
exactamente igual que la que yo había vivido.
Cementerio antiguo de Torrero. Paseo Consciente:
Uf... Gracias por tu sinceridad. Yo he tenido experiencias similares. Pero no sé si aún lo he digerido. No sé todavía qué pensar. Y sobre todo creo que todavía no sabría que decir o escribir. O no podría.
ResponderEliminarGracias de nuevo José Luis.
Un abazo muy grande
Gracias a ti, compañero y amigo. Otro abrazo muy grande.
ResponderEliminarGracias por compartir algo tan íntimo y personal con nosotros. Experiencias así abren una puerta a la esperanza de que pueda existir algo más.
ResponderEliminarUn abrazo José Luis.
Gracias a ti, Eder, por apreciarlo. Un abrazo.
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